Intolerancia a la fructosa
Desde un punto de vista general, la intolerancia a la fructosa se puede definir como un conjunto patológico en el que no se responde bien a la ingesta de fructosa. Aunque a veces este término se use para describir una sintomatología general, cabe destacar que hace alusión a 2 procesos distintos con etiologías completamente diferentes:
- Intolerancia oral a la fructosa: también se conoce como síndrome de malabsorción de fructosa. Es un trastorno digestivo en el que las células del intestino delgado son incapaces de transportar el compuesto y digerirlo, por lo que se produce un aumento de su concentración en el área intestinal (pero no se absorbe).
- Intolerancia hereditaria a la fructosa (HIF): es un error congénito del metabolismo de la fructosa, causado por la deficiencia de la enzima aldolasa B. Se trata de un trastorno genético y potencialmente peligroso, mucho más relevante a nivel clínico que la malabsorción clásica.
El origen, las manifestaciones clínicas y el abordaje difieren entre condiciones. Por ello, lo mejor es tratarlas por separado.
Malabsorción de fructosa
La malabsorción de la fructosa ocurre por la deficiencia de transportadores de fructosa en los enterocitos del intestino delgado. Esto provoca que se acumule el azúcar en la luz intestinal, dando lugar a los síntomas característicos. Esta condición se ha asociado a las siguientes causas:
- Desequilibrio de la flora bacteriana intestinal.
- Ingesta elevada de alimentos ultraprocesados.
- Existencia de condiciones previas asociadas a la malabsorción de nutrientes, como el síndrome del intestino irritable, la enfermedad de Crohn, la colitis y la celiaquía.
- Inflamación intestinal.
- Estrés.
Algunos de los síntomas más comunes de la malabsorción de fructosa son náuseas, hinchazón abdominal, gases, diarrea, vómitos, fatiga crónica y otras malabsorciones derivadas. Se estima que del 40 al 60 % de la población padece este tipo de intolerancia en mayor o menor medida, pero se suele confundir con otros muchos trastornos digestivos.
El diagnóstico de esta condición es muy similar al de la intolerancia a la lactosa, ya que se suele utilizar una prueba de hidrógeno y metano para detectarla. Si los niveles de hidrógeno y/o metano exhalados después de tomar un alimento rico en fructosa son altos, lo más probable es que este azúcar no se esté absorbiendo bien a nivel intestinal. La dieta de eliminación también puede ayudar a establecer una causalidad.
Gestionar una malabsorción de fructosa siempre pasa por eliminar los alimentos ricos en azúcares de la dieta, como los refrescos, algunas frutas y verduras, la miel, el azúcar de mesa, dulces, etc… Es esencial realizar esta transición nutricional con ayuda de un especialista en la materia para evitar deficiencias a largo plazo.
La malabsorción de fructosa es común y está infradiagnosticada.
Intolerancia hereditaria a la fructosa (HIF)
La intolerancia hereditaria a la fructosa, también conocida como fructosemia, es una condición en la que se carece de la proteína necesaria para descomponer la fructosa. Se debe a la presencia de mutaciones en el gen ALDOB, el cual codifica la información para la síntesis de la enzima aldolasa B. Esta enzima se encuentra primariamente en el hígado y participa en el metabolismo de la fructosa y su posterior conversión en energía.
Las mutaciones heredables en el gen ALDOB reducen la funcionalidad de la aldolasa B, impidiendo así la correcta degradación de la fructosa. Esto desemboca en la acumulación de fructosa-1-fosfato en el hígado, un evento tóxico que cursa con la muerte de las células de este órgano con el paso del tiempo. Además, la falta de azúcares disponibles a nivel celular también afecta al resto de sistemas de otras formas.
Los signos clínicos iniciales de la intolerancia hereditaria a la fructosa son similares a los de otros muchos problemas digestivos e incluyen náuseas, diarrea, vómitos y dolor abdominal. Por otro lado, los síntomas a largo plazo se asocian a problemas en el hígado y otros sistemas. Estos se manifiestan con mecanismos diferentes a los citados en el cuadro de malabsorción. Algunos de ellos son los siguientes:
- Convulsiones.
- Irritabilidad.
- Sueño excesivo.
- Ictericia, es decir, color amarillento de piel y mucosas.
- Retraso en el crecimiento en bebés y niños.
El examen físico suele ser el primer paso para el diagnóstico de esta patología, pues es posible detectar agrandamientos del hígado y del bazo e ictericia mediante observaciones superficiales. De todas maneras, se requieren otras pruebas específicas para confirmar esta intolerancia hereditaria: estudios enzimáticos, pruebas genéticas, exámenes de glucemia, análisis de ácido úrico en sangre, exámenes de coagulación sanguínea y más.
El tratamiento de esta patología depende de su estadio y la gravedad de los síntomas. En los casos en los que no hay indicios de intoxicación, se suele optar por una dieta en la que se reduzca el consumo de fructosa y otras sustancias asociadas. A menudo, se requiere la administración de ciertos suplementos para evitar deficiencias nutricionales derivadas del cambio de alimentación. Por ello, siempre es recomendable contar con la ayuda de un nutricionista especializado.
Las complicaciones derivadas de esta afección también se pueden tratar con medicamentos o terapias accesorias. Todo depende del estado del paciente y la gravedad de la enfermedad.
En resumen, la intolerancia a la fructosa se puede escindir en 2 patologías muy diferentes: una malabsorción y una intolerancia hereditaria. Ambas tienen bases fisiológicas, síntomas, diagnósticos y tratamientos diferentes. Es esencial acudir a un especialista en cuanto se detecte una intolerancia alimentaria.
Intolerancia genética a la fructosa
Intolerancia genética a la fructosa